El grupo de "leer juntos" del cole desarrolló el pasado 26 de febrero la tercera sesión.
Se leyó y representó a los niños el cuento "la piel del tambor" un cuento en el que se tratan las diferencias, no por ser diferente se es peor o mejor, al final todos podemos ser importantes.
En estas sesiones un grupo de maestras y padres cuentan y representan cuentos a los niños y a continuación hay un trabajo paralelo de los niños realizando alguna actividad relacionada con el cuento, en este caso fabricamos tambores y turutas y los adultos realizamos un coloquio sobre el tema tratado, en este caso la interculturalidad.
Os ofrecemos unas imágenes y el cuento.
Mañana día 19 habrá otra sesión de " LEER JUNTOS" os esperamos a las 4 en la biblioteca.
CUENTO: CÓMO LOS ANIMALES HICIERON SU PRIMER TAMBOR
Un día, bajo un mango que se alzaba a orillas
de un pequeño estanque, muchos animales
charlaban pacíficamente. Pero el león estaba
aburrido. Sacudió la espesa melena, se levantó,
dejó escapar un suave rugido para atraer la atención
y comenzó a hablar:
-Estoy cansado de charla. Debemos movermos. Yo
sugiero que organicemos una danza.
-Pero ¿cómo podemos danzar-preguntó el leopardo
acariciando delicadamente una de sus manchas negras-
si no tenemos ningún instrumento musical?
Todos los animales se sintieron vivamente interesados
y comenzaron a hablar a la vez. La lechuza, que todos
pensaban estaba dormida sobre una rama, abrió un ojo
y dijo con voz suave, pero a la vez con energía: - ¡Callad!
La lechuza era un pájaro viejo y muy sabio, que siempre
Estaba ensimismado en profundos pensamientos. Por
eso incluso el mono, al que le gustaba mucho el parloteo,
se calló. La lechuza cerró otra vez el ojo, y tanto
tiempo estuvo con los ojos cerrados, que muchos ani
males creyeron que se había dormido. Pero de repente
abrió los dos ojos, con lo cual sorprendió de tal modo
a un camaleón, que éste cambió su color verde en negro
a consecuencia del susto.
-Necesitamos un instrumento musical-dijo la lechuza,
y rápidamente cerró de nuevo los dos ojos y como
muchos sabios, no dijo nada más.
Luego siguió una larga discusión y, al fin los animales
decidieron hacer un instrumento nuevo, al que llamarían
«tambor». El elefante marchó y al poco tiempo
regresó con un tronco de árbol hueco de unos tres pies
de largo.
-y ahora, ¿cómo hacemos para tener una piel con
que tapar el extremo abierto?-preguntó la serpiente-.
Porque aunque yo de cuando en cuando cambio de piel.
ésta es demasiado seca p-ara ponerla en el tambor.
Hubo una nueva discusión y, al final, se decidió que
cada animal entregara un trozo de su oreja. A algunos
animales-como el conejo, que no era demasiado valiente-
no les agradó esta decisión; pero fueron cobardes
y no lo dijeron. Así, que cada animal cortó un trozo de
su oreja, excepto el ratón, al que consideraron demasiado
pequeño Pero cuando juntaron todos los trozos, no
bastaban para tapar el hueco del tronco.
-Por favor-dijo el ratón-, dejad que ponga yo un
trozo de mi oreja.
-¿Qué tonterías dices?-interrumpió la hiena-. Si
el corpulento elefante no puede dar bastante piel, ¿cómo
podrás tú?
La tortuga intervino también en la disputa.
-Yo también me opongo. ¿Quién vería bien un trozo
de la sucia oreja del ratón en un tambor nuevo y tan
fino?
y así todos los animales estuvieron discutiendo largo
rato; pero, al fin, permitieron al ratón que entregara
un trozo de su oreja. Ante la sorpresa de todos, el trozo
fue suficiente para completar el tambor.
Ya tenían el tambor, pero les faltaba uno que supiera
tocarlo. El elefante fue el primero al que se le permitió
probar, por haber dado más piel que ninguno de los
otros animales; pero tocaba con tanta fuerza, que casi
rompió el tambor. A todos los animales se les permitió
probar, pero ninguno sabía tocar bien. Por fin, sólo
quedaba el ratón. De nuevo los animales se opusieron,
pero terminaron por dejarle probar. El ratón tocaba muy
bien y pronto los animales danzaban felices.
Poco a poco, sin dejar de danzar, se fueron internando
en el bosque. Llamaron a un ciego y a un leproso, que
pasaban por allí, y les encargaron que cuidaran del ratón
y del tambor. También dijeron al cocodrilo que no se
escondiera en el fondo del estanque, sino que flotara en
la superficie y vigilara.
Los animales siguieron danzando y alejándose. El leproso
no pudo reprimir el deseo de unirse a la alegre
danza. Dijo al cocodrilo que cuidara del ratón y del
tambor y se marchó. Pero el cocodrilo sintió también
deseos de danzar; dijo al ciego que vigilara y se alejó.
El ratón seguía tocando tan bien, que, finalmente, el ciego
no pudo estarse quieto: dio un salto y se alejó danzando.
Cuando se vio solo, el ratón cogió el tambor y
corrió a casa del jefe.
Pronto los animales comenzaron a regresar, pero no
encontraron señales del tambor ni del ratón.
-¿Dónde está nuestro tambor?-preguntaron al leproso.
El leproso dijo que había dejado en su puesto de
vigilante al cocodrilo. Los animales cogieron palos y golpearon
al leproso.
-¿Dónde está el tambor?-preguntó el leproso al cocodrilo.
El cocodrilo respondió que lo había dejado al cuidado
del ciego. El leproso cogió un palo y golpeó al cocodrilo.
-¿Dónde está el tambor?-preguntó el cocodrilo al
ciego.
Naturalmente, el ciego no sabía dónde estaba el tambor
y por ello recibió también una buena tanda de palos.
Los animales regresaron tristes a sus casas.
Entre tanto, los hijos del jefe habían encontrado el
tambor y lo utilizaban como juguete. El ratón regresó
a su casa y se quedó en ella escondido.
Así, aunque los animales hicieron el primer tambor,
el ratón se lo dio a los hombres, que desde entonces lo
han guardado y no han cesado de tocarlo.
(Ghana)
Un día, bajo un mango que se alzaba a orillas
de un pequeño estanque, muchos animales
charlaban pacíficamente. Pero el león estaba
aburrido. Sacudió la espesa melena, se levantó,
dejó escapar un suave rugido para atraer la atención
y comenzó a hablar:
-Estoy cansado de charla. Debemos movermos. Yo
sugiero que organicemos una danza.
-Pero ¿cómo podemos danzar-preguntó el leopardo
acariciando delicadamente una de sus manchas negras-
si no tenemos ningún instrumento musical?
Todos los animales se sintieron vivamente interesados
y comenzaron a hablar a la vez. La lechuza, que todos
pensaban estaba dormida sobre una rama, abrió un ojo
y dijo con voz suave, pero a la vez con energía: - ¡Callad!
La lechuza era un pájaro viejo y muy sabio, que siempre
Estaba ensimismado en profundos pensamientos. Por
eso incluso el mono, al que le gustaba mucho el parloteo,
se calló. La lechuza cerró otra vez el ojo, y tanto
tiempo estuvo con los ojos cerrados, que muchos ani
males creyeron que se había dormido. Pero de repente
abrió los dos ojos, con lo cual sorprendió de tal modo
a un camaleón, que éste cambió su color verde en negro
a consecuencia del susto.
-Necesitamos un instrumento musical-dijo la lechuza,
y rápidamente cerró de nuevo los dos ojos y como
muchos sabios, no dijo nada más.
Luego siguió una larga discusión y, al fin los animales
decidieron hacer un instrumento nuevo, al que llamarían
«tambor». El elefante marchó y al poco tiempo
regresó con un tronco de árbol hueco de unos tres pies
de largo.
-y ahora, ¿cómo hacemos para tener una piel con
que tapar el extremo abierto?-preguntó la serpiente-.
Porque aunque yo de cuando en cuando cambio de piel.
ésta es demasiado seca p-ara ponerla en el tambor.
Hubo una nueva discusión y, al final, se decidió que
cada animal entregara un trozo de su oreja. A algunos
animales-como el conejo, que no era demasiado valiente-
no les agradó esta decisión; pero fueron cobardes
y no lo dijeron. Así, que cada animal cortó un trozo de
su oreja, excepto el ratón, al que consideraron demasiado
pequeño Pero cuando juntaron todos los trozos, no
bastaban para tapar el hueco del tronco.
-Por favor-dijo el ratón-, dejad que ponga yo un
trozo de mi oreja.
-¿Qué tonterías dices?-interrumpió la hiena-. Si
el corpulento elefante no puede dar bastante piel, ¿cómo
podrás tú?
La tortuga intervino también en la disputa.
-Yo también me opongo. ¿Quién vería bien un trozo
de la sucia oreja del ratón en un tambor nuevo y tan
fino?
y así todos los animales estuvieron discutiendo largo
rato; pero, al fin, permitieron al ratón que entregara
un trozo de su oreja. Ante la sorpresa de todos, el trozo
fue suficiente para completar el tambor.
Ya tenían el tambor, pero les faltaba uno que supiera
tocarlo. El elefante fue el primero al que se le permitió
probar, por haber dado más piel que ninguno de los
otros animales; pero tocaba con tanta fuerza, que casi
rompió el tambor. A todos los animales se les permitió
probar, pero ninguno sabía tocar bien. Por fin, sólo
quedaba el ratón. De nuevo los animales se opusieron,
pero terminaron por dejarle probar. El ratón tocaba muy
bien y pronto los animales danzaban felices.
Poco a poco, sin dejar de danzar, se fueron internando
en el bosque. Llamaron a un ciego y a un leproso, que
pasaban por allí, y les encargaron que cuidaran del ratón
y del tambor. También dijeron al cocodrilo que no se
escondiera en el fondo del estanque, sino que flotara en
la superficie y vigilara.
Los animales siguieron danzando y alejándose. El leproso
no pudo reprimir el deseo de unirse a la alegre
danza. Dijo al cocodrilo que cuidara del ratón y del
tambor y se marchó. Pero el cocodrilo sintió también
deseos de danzar; dijo al ciego que vigilara y se alejó.
El ratón seguía tocando tan bien, que, finalmente, el ciego
no pudo estarse quieto: dio un salto y se alejó danzando.
Cuando se vio solo, el ratón cogió el tambor y
corrió a casa del jefe.
Pronto los animales comenzaron a regresar, pero no
encontraron señales del tambor ni del ratón.
-¿Dónde está nuestro tambor?-preguntaron al leproso.
El leproso dijo que había dejado en su puesto de
vigilante al cocodrilo. Los animales cogieron palos y golpearon
al leproso.
-¿Dónde está el tambor?-preguntó el leproso al cocodrilo.
El cocodrilo respondió que lo había dejado al cuidado
del ciego. El leproso cogió un palo y golpeó al cocodrilo.
-¿Dónde está el tambor?-preguntó el cocodrilo al
ciego.
Naturalmente, el ciego no sabía dónde estaba el tambor
y por ello recibió también una buena tanda de palos.
Los animales regresaron tristes a sus casas.
Entre tanto, los hijos del jefe habían encontrado el
tambor y lo utilizaban como juguete. El ratón regresó
a su casa y se quedó en ella escondido.
Así, aunque los animales hicieron el primer tambor,
el ratón se lo dio a los hombres, que desde entonces lo
han guardado y no han cesado de tocarlo.
(Ghana)
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